VIVIR... Y COMUNICAR
LAS EXPERIENCIAS DEL EVANGELIO VIVIDO
Ofrezco otro texto base para el título de este blog ("vida de la Palabra"). ¿Por qué es bueno compartir las experiencias que por gracia se han hecho viviendo el Evangelio? El P. Fabio Ciardi, o.m.i., lo explica (traducción mía):
San Pablo
exige de sus fieles una perfecta unión de pensamiento y de intenciones, los
mismos sentimientos, el acuerdo, la concordia, la comunión de espíritu (Cf. 1 Cor 1,10; Fil 1,27; 2,2; 4,2; 2 Cor
13,11; Rm 12,16; 15,5). ¿Cómo
alcanzar esta unidad profunda? A través de la sincera y constante comunión (Cf.
Col 3, 16; Heb 10, 24-25). Él mismo da ejemplo abriéndose con los
destinatarios de sus cartas: narra la historia de la propia conversión, su
camino como apóstol, las experiencias más profundas, como el arrobamiento hasta
el tercer cielo, la relación mística con Cristo, las angustias y preocupaciones
que lo asaltan, las propias debilidades, las pruebas, la espina en la carne…
Los Hechos de los Apóstoles nos hacen
saber que era praxis común narrar conversiones, milagros, episodios de comunión
de bienes… que sucedían en la primera comunidad cristiana. Antes aún tenemos el
ejemplo de María que da a Isabel la más grande de las experiencias que nunca se
haya narrado: “grandes cosas ha hecho en mí el Omnipotente…”.
Los
grandes autores espirituales, a través de los siglos, han comprendido el valor
de la comunión de las experiencias espirituales. Santo Tomás escribe por ejemplo
que “es más perfecto donar a los otros aquello que se ha contemplado que contemplar
solamente”[1]. Chiara Lubich recuerda que san Ignacio de Loyola habla de la “falsa humildad”,
un arma que el diablo usa para dañar a las personas: “viendo al siervo del
Señor tan bueno y humilde que, incluso cumpliendo la voluntad de Dios, piensa
que es un inútil del todo […], (el diablo) le hace pensar que, si habla de
alguna gracia a él concedida por Dios Nuestro Señor, sobre obras, propósitos y
deseos, peca con otra especie de vanagloria porque habla en su honor. Procura,
por tanto, que no hable de los beneficios recibidos por su Señor, impidiendo
así que produzca fruto en otros y en sí mismo, dado que el recuerdo de los
beneficios recibidos ayuda siempre a cosas más grandes”[2]. Santa
Teresa del Niño Jesús recuerda la experiencia de Teresa de Ávila: “en la vida
de los Santos, vemos que hay muchos que no han querido dejar nada de ellos tras
su muerte (…) Hay otros, en cambio, como nuestra Madre santa Teresa, que han
enriquecido a la Iglesia
con sus sublimes revelaciones no temiendo dejar patentes los secretos del Rey”[3].
No
obstante los ejemplos y las explícitas exhortaciones que vienen de la Palabra de Dios, así como
de la enseñanza de la gran espiritualidad, una cierta praxis tradicional ha
preferido recomendar la reserva sobre las experiencias de la vida interior.
Estas podían ser confiadas al propio diario, al director espiritual, al
confesor, pero no a otros. Se solía citar un texto del libro de Tobías en el
cual se dice que es bueno tener escondidas las cosas del rey, palabras que, en
el estilo literario hebreo, son un refuerzo para la segunda parte del
versículo, que invita a comunicar los dones recibidos: “bueno es mantener
oculto el secreto del rey, pero hay que proclamar y manifestar las obras de
Dios” (Tob 12, 7).
A
lo largo de la historia de la
Iglesia se ha desarrollado mucho la dirección espiritual
personal en la cual se comunica todo sobre sí a un guía seguro. En los
monasterios era costumbre la collatio,
o sea la reunión de toda la comunidad, durante la cual leían juntos la regla,
la comentaban, se confrontaban con ella para ver si eran fieles, si había
eventuales faltas, cómo remediar, pero no era todavía una comunión de
experiencias… Hoy, la praxis de la lectio
divina prevé el compartir “resonancias” (“ecos”) que suscita en el corazón
la lectura común de un texto de la
Escritura , pero no es todavía una comunión de experiencias.
Una
verdadera comunión de los frutos de cuanto la Palabra obra, y más aún
entre personas laicas, es una praxis poco menos que desconocida. Esta nace como
expresión e instrumento de la espiritualidad de comunión, en la cual el amor
recíproco exige que se pongan en comunión no sólo los bienes materiales, sino
también espirituales. Queriendo hacerse santos juntos, las experiencias no
pueden quedar “al exclusivo beneficio de la persona que de ellas se ha
enriquecido; son también para la edificación de los hermanos” [4]. Es,
por tanto, una novedad comunicar los frutos de la Palabra vivida y, sin embargo,
esta praxis nos transporta a vivir la
experiencia de los primeros cristianos y
a poner en práctica la enseñanza de los doctores de
Magnífico artículo: da la luz, las claves... para animarse a compartir-comunicar lo que se vive. ¡Y no es vanagloria ni orgullo, si se realiza para gloria de Dios!
ResponderEliminarNo puedes imaginarte lo mucho que me has ayudado con este texto. La última frase la voy a grabar con letras doradas en mi corazón para cuando me asalten las dudas: "las experiencias no pueden quedar al exclusivo beneficio de las personas que de ellas se ha enriquecido; son también para la edificación de los hermanos".
ResponderEliminarNo sabes la de veces que me pregunto si hago bien en escribir y compartir; esa frase se ha llevado consigo los nubarrones y ahora ya lo tengo claro.
Un texto que es como la pieza que me faltaba por encajar en el puzzle.
Hola Paco:
ResponderEliminarHe leído este artículo de tu blog del P. Fabio Cardi y es una preciosidad. Muchas gracias, lo voy a reenviar, hace mucho bien.
Un cordial saludo
Precioso este texto: lo leo y lo releo. Es fuente de inspiración... pero sobre todo... para la vida. Lo mismo que el de Chiara Lubich que ahí viene citado (y que supongo que en ella se habrá inspirado P. Fabio para este).
ResponderEliminarCompruebo que al poner en comunión lo que uno lleva en el alma y las ocasiones concretas en las que has vivido alguna frase del Evangelio, entonces se nota como una especie de presencia fuerte de Jesús en la sencillez de la alegría y de la paz, y en las ganas de seguirle fielmente.
¡Gracias!
Al principio cuesta mucho "traducir" en palabras lo que Dios va obrando en el alma; cuesta compartir las vivencias cotidianas en las que has vivido el Evangelio (te parecen demasiado pequeñas). Pero cuando realizas el esfuerzo tanto de una cosa como de la otra, por amar, ¡experimentas en el alma una alegría incontenible!
ResponderEliminarGracias por animarme a ello