“…mantenemos la mirada fija en Jesús, porque la fe, que es nuestro «sí» a la relación filial con Dios, viene de Él, viene de Jesús. Es Él el único mediador de esta relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es el Hijo, y nosotros somos hijos en Él.

Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no
conociéramos a Dios. Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de referencia
puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros. Por esto Jesús dice:
he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra
paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es
neutralidad, Jesús no trae
neutralidad, esta paz no es una
componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al
egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es «signo de contradicción» (Lc 2, 34).
Por lo tanto, esta palabra del Evangelio no autoriza, de hecho, el uso de
la fuerza para difundir la fe. Es precisamente lo contrario: la verdadera fuerza del cristiano
es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a toda violencia. ¡Fe y violencia son
incompatibles! En cambio, fe y fortaleza van juntas. El cristiano no es violento, pero es fuerte. ¿Con qué fortaleza? La de la
mansedumbre, la fuerza de la mansedumbre, la fuerza del amor.
egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es «signo de contradicción» (Lc 2, 34).

Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús hubo algunos que a un
cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar, nos lo dice el
Evangelio (cf. Mc 3, 20-21). Pero su Madre lo siguió siempre
fielmente, manteniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del
Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias a la fe de María, los
familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana
(cf. Hch 1, 14). Pidamos a María que nos ayude también a
nosotros a mantener la mirada
bien fija en Jesús y a seguirle siempre, incluso cuando cuesta.”
PAPA FRANCISCO, Angelus 18 agosto 2013
(Fuente: www.vatican.va)
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